Hidalgo, alias “el Padre de la Patria”, poco o nada tiene que hacer ante la imagen en caída libre de un cadete envuelto en la bandera en las planillas escolares. Imaginar los sesos esparcidos en el pavimento es algo que marca a fuego y para toda la vida a cualquier niño. Generación tras generación. ¿Por qué se arrojó de la azotea en vez de esconder la bandera bajo algún ladrillo? ¿No es más valeroso (o práctico) morir peleando que cometiendo suicidio? El salto al vacío de Juan Escutia fue tan estéril como el cabezazo de Rafa Márquez a Cobi Jones en el Mundial Corea-Japón. Aún así, y pese a la paliza recibida, no deja de ser memorable.
Lo mismo ocurre en el amor. En la literatura no hay mayor prueba de compromiso y unión que la demostrada por Ulises y Penélope, pero elegimos tomar de voceros a Romeo y Julieta, caprichosos adolescentes quienes en vez de huir de Verona y afrontar la cruda realidad de vivir bajo el mismo techo en otra ciudad, optaron por el suicidio colectivo. No en balde <
La fe tampoco escapa a este macabro fenómeno. Se rumora la existencia de un hombre capaz de convertir el agua en vino, multiplicar panes y peces y devolver la vista a los ciegos. El gobierno gira una orden de aprehensión en su contra por alterar el orden público, y el sujeto en vez de escapar caminando sobre el agua o volando como una paloma (habilidades propias de él), se entrega a las autoridades para ser ejecutado de una forma horrenda. De no ser porque a alguien se le ocurrió decir en el funeral que su muerte fue un sacrificio, ahora mismo sería recordado sólo por su círculo de amistades como un gran animador de bodas, generoso banquetero y magnífico oftalmólogo.
Rodrigo Solís
pildoritadelafelicidad.com
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